Comentario
De la fundación de la ciudad de Guayaquil y de la muerte que dieron los naturales a ciertos capitanes de Guaynacapa
Más adelante, hacia el poniente, está la ciudad de Guayaquil, y luego que se entra en sus términos los indios son guancavilcas, de los desdentados que por sacrificio y antigua costumbre y por honra de sus malditos dioses se sacaban los dientes que he dicho atrás, y por haber ya declarado su traje y costumbres no quiero en este capítulo tornarlo a repetir.
En tiempo de Topainga Yupangue, señor del Cuzco, ya dije cómo, después de haber vencido y subjectado las naciones deste reino, en que se mostró capitán excelente y alcanzó grandes vitorias y trofeos deshaciendo las guarniciones de los naturales, porque en ninguna parte parescían otras armas ni gente de guerra sino la que por su mandado estaba puesta en los lugares que él constituía, mandó a ciertos capitanes suyos que fuesen corriendo de largo la costa y mirasen lo que en ella estaba poblado, y procurasen con toda benevolencia y amistad allegarlo a su servicio a los cuales sucedió lo que dije atrás, que fueron muertos, sin quedar ninguno con la vida, y no se entendió por entonces en dar el castigo que merescían aquellos que, falsando la paz, habían muerto a los que debajo de su amistad dormían (como dicen) sin cuidado ni recelo de semejante traición; porque el Inga estaba en el Cuzco y sus gobernadores y delegados tenían harto que hacer en sustentar los términos que cada uno gobernaba. Andando los tiempos, como Guaynacapa sucediese en el señorío y saliese tan valeroso y valiente capitán como su padre, y aun de más prudencia y vanaglorioso de mandar, con gran celeridad salió del Cuzco acompañado de los más principales orejones de los dos famosos linajes de la ciudad del Cuzco, que habían por nombre los hanancuzcos y orencuzcos, el cual, después de haber visitado el solemne templo de Pachacama y las guarniciones que estaban y por su mandado residían en la provincia de Jauja y en la de Caxalmaca y otras partes, así de los moradores de la serranía como de los que vivían en los fructíferos valles de los llanos, llegó a la costa, y en el puerto de Tumbez se había hecho una fortaleza por su mandado, aunque algunos indios dicen ser más antiguo este edificio; y por estar los moradores de la isla de la Puna diferentes con los naturales de Tumbez les fué fácil de hacer la fortaleza a los capitanes del Inga, que a no haber estas guerrillas y debates locos pudiera ser que se vieran en trabajo. De manera que puesta en término de acabar llegó Guaynacapa, el cual mandó edificar templo del sol junto a la fortaleza de Tumbez y colocar en él número de más de docientas vírgenes, las más hermosas que se hallaron en la comarca, hijas de los principales de los pueblos. Y en esta fortaleza (que en tiempo que no estaba ruinada fue, a lo que dicen, cosa harto de ver) tenía Guaynacapa su capitán o delegado con cantidad de mitimaes y muchos depósitos llenos de cosas preciadas, con copia de mantenimiento para sustentación de los que en ella residían y para la gente de guerra que por allí pasase. Y aun cuentan que le trujeron un león y un tigre muy fiero, y que mandó los tuviesen muy guardados; las cuales bestias deben ser las que echaron para que despedazasen al capitán Pedro de Gandía al tiempo que el gobernador don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros (que fueron los descubridores del Perú, como se tratará en la tercera parte desta obra), llegaron a esta tierra. Y en esta fortaleza de Tumbez había gran número de plateros que hacían cántaros de oro y plata con otras muchas maneras de joyas, así para el servicio y ornamento del templo, que ellos tenían por sacrosanto, como para el servicio del mismo Inga, y para chapar las planchas deste metal por las paredes de los templos y palacios. Y las mujeres que estaban dedicadas para el servicio del templo no entendían en más que hilar y tejer ropa finísima de lana, lo cual hacían con mucho primor. Y porque estas materias se escriben bien larga y copiosamente en la segunda parte, que es de la que pude entender del reino de los ingas que hubo en el Perú, desde Mangocapa, que fue el primero, hasta Guascar, que derechamente, siendo señor, fue el último, no trataré aquí en este capítulo más de lo que conviene para su claridad. Pues luego que Guaynacapa se vio apoderado en la provincia de los guancavilcas y en la de Tumbez y en lo demás a ello comarcano, envió a mandar a Tumbala, señor de la Puna, que viniesen a le hacer reverencia, y después que le hubiese obedescido, le contribuyese con lo que hubiese en su isla. Oído por el señor de la isla de la Puna lo que el Inga mandaba, pesóle en gran manera; porque, siendo él señor y habiendo recebido aquella dignidad de sus progenitores, tenía por grave carga, perdiendo la libertad, don tan estimado por todas las naciones del mundo, recebir al extraño por solo y universal señor de su isla, el cual sabía que no solamente habían de servir con las personas, mas permitir que en ella se hiciesen casas fuertes y edificios, y a su costa sustentarlos y proveerlos, y aun darles para su servicio sus hijas y mujeres las más hermosas, que era lo que más sentían. Mas al fin, platicado unos con otros de la calamidad presente y cuán poca era su potencia para repudiar el poder del Inga, hallaron que sería consejo saludable otorgar el amistad aunque fuese con fingida paz. Y con esto envió Tumbala mensajeros propios a Guaynacapa con presentes, haciéndole grandes ofrescimientos; persuadiéndole quisiese venir a la isla de la Puna a holgarse en ella algunos días. Lo cual pasado y Guaynacapa satisfecho de la humildad con que se ofrescían a su servicio, Tumbala, con los más principales de la isla, hicieron sacrificios a sus dioses, pidiendo a los adivinos respuesta de lo que harían para no ser subjetos del que pensaba de todos ser soberano señor. Y cuenta la fama vulgar que enviaron sus mensajeros a muchas partes de la comarca de la Tierra Firme para tentar los ánimos de los naturales della, porque procuraban con sus dichos y persuasiones provocarlos a irá contra Guaynacapa, para que, levantándose y tomadas las armas, eximir de sí el mando y señorío del Inga. Y esto se hacía con una secreta disimulación, que por pocos, fuera de los movedores, era entendida. Y en el ínterin destas pláticas Guaynacapa vino a la isla de la Puna, y en ella fue honradamente recebido y aposentado en los aposentos reales que para él estaban ordenados y hechos de tiempo breve, en los cuales se congregaban los orejones con los de la isla, mostrando todos una amicicia simple y no fingida.
Y como muchos de los de la Tierra Firme deseasen vivir como vivieron sus antepasados y siempre el mando extraño y peregrino se tiene por muy grave y pesado y el natural por muy fácil y ligero, conjuráronse con los de la isla de Puna para matar a todos los que había en su tierra que entraron con el Inga. Y dicen que en este tiempo Guaynacapa mandó a ciertos capitanes suyos que con cantidad de gente de guerra fuesen a vistar ciertos pueblos de la Tierra Firme y a ordenar ciertas cosas que convenían a su servicio, y que mandaron a los naturales de aquella isla que los llevasen en balsas por la mar a desembarcar por un río arriba a parte dispuesta para ir adonde iban encaminados, y que hecho y ordenado por Guaynacapa esto y otras cosas en esta isla se volvió a Tumbez o a otra parte cerca della, y que salido, luego entraron los orejones, mancebos nobles del Cuzco, con sus capitanes, en las balsas, que muchas y grandes estaban aparejadas, y como fuesen descuidados dentro en el agua, los naturales engañosamente desataban las cuerdas con que iban atados los palos de las balsas, de tal manera que los pobres orejones caían en el agua, adonde con gran crueldad los mataban con las armas secretas que llevaban; y así, matando a unos y ahogando a otros, fueron todos los orejones muertos, sin quedar en las balsas sino algunas mantas, con otras joyas suyas. Hechas estas muertes, los agresores era mucha la alegría que tenían, y en las mismas balsas se saludaban y hablaban tan alegremente, que pensaban que por la hazaña que habían cometido estaba ya el Inga con todas sus reliquias en su poder. Y ellos, gozándose del trofeo y victoria, se aprovechaban de los tesoros y ornamentos de aquella gente del Cuzco; mas de otra suerte les sucedió el pensamiento, como iré relatando, a lo que ellos mismos cuentan. Muertos (como es dicho) los orejones que vinieron en las balsas, los matadores, con gran celeridad, volvieron adonde habían salido, para meter de nuevo más gente en ellas. Y como estuviesen descuidados del juego que habían hecho a sus confines, embarcáronse mayor número con sus ropas, armas y ornamentos, y en la parte que mataron a los de antes mataron a éstos, sin que ninguno escapase; porque si querían salvar las vidas algunos que sabían nadar, eran muertos con crueles y temerosos golpes que les daban, y si zabullían para ir huyendo de los enemigos a pedir favor a los peces que en el piélago del mar tienen su morada, no les aprovechaba, porque eran tan diestros en el nadar como lo son los mismos peces, porque lo más del tiempo que viven gastan dentro en la mar en sus pesquerías; alcanzábanlo, y allí en el agua los mataban y ahogaban, de manera que la mar estaba llena de la sangre, que era señal de triste espectáculo. Pues luego que fueron muertos los orejones que vinieron en las balsas, los de la Puna, con los otros que les habían sido consortes en el negocio, se volvieron a su isla. Estas cosas fueron sabidas por el rey Guaynacapa, el cual, como lo supo, recibió (a lo que dicen) grande enojo y mostró mucho sentimiento por que tantos de los suyos y tan principales careciesen de sepulturas (y a la verdad, en la mayor parte de las Indias se tiene más cuidado de hacer y adornar la sepultura donde han de meterse después de muertos que no en aderezar la casa en que han de vivir siempre vivos), y que luego hizo llamamiento de gente, juntando las reliquias que le habían quedado, y con gran voluntad entendió en castigar los bárbaros de tal manera que, aunque ellos quisieron ponerse en resistencia, no fueron parte ni tampoco de gozar del perdón, porque el delito se tenía por tan grave que más se entendía en castigarlo con toda severidad que en perdonarlo con clemencia ni humanidad. Y así, fueron muertos con diferentes especies de muertes muchos millares de indios, y empalados y ahogados no pocos de los principales que fueron en el consejo. Después de haber hecho el castigo bien grande y temeroso, Guaynacapa mandó que en sus cantares en tiempos tristes y calamitosos se refiriese la maldad que allí se cometió; lo cual, con otras cosas, recitan ellos en sus lenguas como a manera de endechas. Y luego intentó de mandar hacer por el río de Guayaquil, que es muy grande, una calzada, que cierto, según paresce por algunos pedazos que della se ve, era cosa soberbia; mas no se acabó ni se hizo por entero lo que él quería, y llámase esto que digo el Paso de Guaynacapa. Y hecho este castigo, y mandado que todos obedesciesen a su gobernador, que estaba en la fortaleza de Tumbez, y ordenadas otras cosas, el Inga salió de aquella comarca. Otros pueblos y provincias están en los términos desta ciudad de Guayaquil, que no hay que decir dellos más que son de la manera y traje de los ya dichos y tienen una misma tierra.